Hugo Mujica – Autor destacado del mes

Hugo Mujica nació en Avellaneda en 1942. Debido a un accidente su padre quedó ciego cuando Hugo aún era niño y, por necesidad de la familia, Hugo comenzó a trabajar de obrero a los 13 años en una fábrica de vidrio, hasta 1961 cuando partió con una visa de turista hacia los Estados Unidos.
Al poco tiempo de su llegada al país, se estableció en Greenwich Village, Nueva York, donde vivió durante la famosa década de los años 60. Allí comenzó a estudiar Filosofía en la Free University of New York, y pintura en la School of Visual Arts. Participó en el movimiento de la psicodelia, trabajando en experimentos relacionados con el LSD, y otras drogas alucinógenas, y su vinculación con el proceso creativo. A finales de los 60′ se adentró en el mundo espiritual, con los Hare Krishna. En ese tiempo conoció a Allen Ginsberg, quien lo introdujo al gurú Swami Satchidananda, con quien vivió un tiempo en una granja en las afueras de New York con un puñado de discípulos.
Fue en un viaje que realizó con Satchidananda que conoció la vida monástica de la orden Trapense, y a partir de ese momento se quedó viviendo como monje bajo voto de silencio durante siete años. En ese mundo silencioso, después de tres años, comenzó a escribir poesía. 
Tiempo después regresa a la Argentina, al monasterio de la misma orden Trapense en la localidad de Azul. Luego viajó a Francia, a otro monasterio y allí dejó la orden. Tras recorrer distintas ciudades de Europa, decide establecerse en Argentina y pasar un año de soledad en un campo de General Alvear. Al poco tiempo regresa a Buenos Aires y después de cursar parte del seminario se ordena sacerdote, a la vez que estudia Teología y Antropología filosófica. 
Tras unos pocos años de atender una parroquia en Buenos Aires deja esa ocupación y se dedica por entero a la escritura, así como a dictar seminarios en el extranjero y a participar en numerosos festivales poéticos del mundo.
Obras destacadas

Hace apenas días

 

Hace apenas días murió mi padre,

hace apenas tanto.

Cayó sin peso,

como los párpados al llegar

la noche o una hoja

cuando el viento no arranca, acuna.

Hoy no es como otras lluvias

hoy llueve por vez primera

sobre el mármol de su tumba.

Bajo cada lluvia

podría ser yo quien yace, ahora lo sé,

ahora que he muerto en otro.



Noche adentro y no duermo

 

A lo lejos, en un atardecer

en que el otoño

es un lugar en mi pecho,

comienzan a encenderse las ventanas,

mi nostalgia

por estar donde bien sé que al llegar

volvería a estar afuera.

Duelen los ojos de soñar tan a lo lejos

la frente de pensar

lo impensable de tanta vida

que no he abrazado,

tanta deuda de lo que no he nacido.

Poco a poco se apagan las luces,

es el lindero de una noche y otra noche,

la frágil vecindad

del miedo y la esperanza.

El último día podría ser éste que termina,

esta noche

en la que aún escribo

igual, pero sin una ausencia nueva

para seguir esperando.



Hasta el final

 

Vi un perro negro muerto

en la calle,

aplastado en medio de la acera, manchado,

porque nevaba.

Vi la vida, allí mismo,

y no había más que eso: la coartada

del inocente: pagarlo todo.

Sentí en la nieve la vida y me vi morir

como un animal que se resiste

hasta lo último

hasta el deseo de ser rematado,

hasta el gemido final,

el que pide perdón por todo crimen ajeno:

el que perdona a dios.



Un pedazo de hambre, un vaso de agua

 

Fiel a lo humano,

al tamaño de lo que los brazos

mecen,

a la fiesta

de lo que en las manos cabe,

a la callada esperanza

que es no apretar los labios.

Fiel a un vaso de agua

y al pedazo de hambre

que otro cuerpo nos trae,

fiel sorbo a sorbo, hambre a hambre.

Fiel al pudor de apenas una seña,

apenas el abismo

del otro

cuando el silencio

calla la piel que nos separa.

Fiel al límite de morir hombre,

de haber abrazado el vacío

que ese mismo abrazo llenaba.



En plena noche

 

También en plena noche

la nieve

se derrite blanca

y la lluvia

cae

sin perder su transparencia.

Es ella, la noche,

la que nos libra de los reflejos,

la que nos expande

las pupilas.

Lo que busca con su bastón

el ciego es la luz, no el camino.