Poemas recomendados de Paraguay

Paraguay, un país pequeño pero de inmensa riqueza cultural y natural, se expresa a través de la poesía de manera profunda y conmovedora. Los poemas aquí reunidos nos invitan a conocer una nación donde la naturaleza, la historia y la identidad mestiza juegan un papel fundamental. A través de sus versos, se escuchan las melodías del guaraní, la nostalgia del pasado y las esperanzas de un futuro lleno de posibilidades. Cada poema es un reflejo de la resistencia, la pasión por la libertad y el amor a la tierra, características que definen a Paraguay en su complejidad y riqueza. Un viaje literario para explorar el corazón poético de un país lleno de historia y de voz propia.
Elvio Romero
“Causa cautiva”
Esta es la casa; es nuestra.
Esta es su música; las exigencias todas
de la vida pasaron por sus habitaciones, por el ascua
quemante de sus fronteras; la locura de quienes emprendieron
una empresa más ancha que sus fuerzas, el sueño
que los fue desgarrando, esa sal escogida
que salpicó las llagas de su vasto martirio.
Es nuestra. Aquí resuenan
músicas melancólicas, instrumentos que exaltan
querencias y alegrías. Le pertenecen la quietud antigua
y los hechos sangrientos. Sus ríos, los espejos, recogieron despojos
de injuria y desventura (por eso es esta música); obsedieron
a sus hijos colores de aturdidos relámpagos, sus manos
apresaron los frutos de una infausta cosecha.
Su música es así. Descansa ahora
en un boreal tembladeral de pájaros, de plumas
amarillas, de crucifijos deslavados, rotos. Y es hora
de preguntarse ¿qué trajimos
para ungirla a un estado de habitación del hombre;
se habrá sentido, como cal viva en los ojos, la tribulación
de su destino? ¿Qué tembloroso cántaro
amasamos, qué súplica o trastorno,
qué empeño y asechanza para evitar la herida
de su piel, esa absorta mirada de sus ojos terribles
como una acusación? ¿Habremos, pues, cumplido
con el deber que hiciese merecer habitarla?
Es nuestra. Esta es su música. ¿Qué rencores oscuros
le habrán tejido esa circunferencia,
el halo que empurpura sus techumbres? ¿La enemistad
como un osario vano entre sus hijos? ¿El desconsuelo
de las cruces plantadas en su sueño y la obliga
a prosternarse a solas junto a su sombra rota,
a la intemperie, al umbral del orgullo que vela su infortunio?
A saco habrán entrado
en ella los Impuros, los cómplices
del ritual del crimen; habrán entrado a saco
con miserables máscaras que engendra la codicia;
habrán marcado un día trágico por sus muros.
trágico de fatalidad, espúreo
como el inicuo cuervo sobre el árbol desierto
en cuya raíz de hueso reposan los desnudos.
Su música es así, una cifra
de dulce acento humano, un anuncio
previo de acusación anudado a la rueda del destino
y al párpado de los muertos, melodía incesante en el desgaste
del desierto cubil, sonido desgajado
de un instrumento oscuro con imagen de reja y cautiverio.
Todo saldrá de aquí, de su piedra
y su polvo, de su migaja el pan, de su venero
verde la cosecha, de las estancias tristes la temblorosa noche
de la revelación y los rebeldes;
de aquí la sangre, el fuego, de los cuencos vacíos la mirada
final y salvadora, como un amor que brota
de madrigueras hondas de escarnio y menosprecio.
No habrá ya que olvidar decir su nombre
de música y quejumbre, ese nombre de selvas que prohijó
nacimientos,
muertes, inmolaciones, sea amarga sobre los labios,
del hombre; nombrarla en trance
marcarla a hierro lento en nuestros huesos;
a cada instante repetir su nombre (como triunfo o condena)
mentar esas señales remontadas a tiempos
de arcilla fatigada, de plumajes y tribus destruidas,
nombrarla siempre,
morder su nombre de sol inevitable
(como virtud o pecado), llevar su nombre en la carne
como esta lleva su corrupción, seguir nombrándola
y desvestirla toda con el rebozo intacto
de esa música dulce, inmemorial, desamparada música de un
anhelo insaciable.
Hérib Campos Cervera
“Regresarán un día”
Por
los caídos por la libertad de mi
pueblo y para los que viven para
servirla, esta constancia.
¿Veis esos marineros aún vestidos de pólvora;
y esos duros obreros cuya sangre de fuego
circula como un río de encendidas raíces
bajo el denso quebracho de sus torsos?
¿Y esas pequeñas madres, de tan leve estatura,
que parecen hermanas de sus hijos?
¿No visteis, no tocasteis el rostro fragoroso
de esos adolescentes cubiertos de relámpagos;
seres rotos, usados, gastados y deshechos
en una mitológica tarea?
¿Los veis? -Son los Soldados
de una hora, de un día, de una vida:
todos los Hijos obscuros de la misma ultrajada tierra,
que es mía y es de todos
los muertos de esta lucha.
¿Veis esos ojos con dos rosas de lágrimas
colgadas de sus órbitas azules?
¿Veis todas esas bocas despojadas de labios;
con trozos de guitarras colgados de sus bordes;
todas deshilachadas, arrojadas de bruces
sobre la inocencia triste del pasto y de la arena?
¿Los veis allí, hacinados,
bajo la misma luna de los enamorados;
agrediendo la clara piedad de la mañana
con su despedazada sonrisa?
¿Veis todo ese tumulto de la sangre temprana;
que camina de día, de noche, a todas horas
hacia los más profundos niveles de la tierra,
donde se están labrando los moldes transparentes
de todos los Soldados de las luchas futuras?
Abiertos en canal, de Norte a Norte,
-desde donde nacía la Semilla del Hombre-,
hasta el caliente refugio del grito, yacen.
Miran las altas luces del alto día del duelo,
mostrando los horóscopos helados de sus manos
y sus frentes de piedra amanecida
y la cal valerosa de sus huesos.
Elvio Romero
“Canto en el sur”
Esta noche, en el sur,
Me he mirado en tus ojos.
Soy como tú,
De piel morena, oscura, oscura,
Con estrellas metidas por dentro
Y por fuera sudor, cáscara ruda.
Tengo la sangre hirviendo
Como un sinuoso trueno derramado,
Tengo las manos ásperas
Como herramientas duras y soleadas;
Tengo los ojos lúbricos
Como lúbricas raíces.
Esta noche, en el sur,
Me he mirado en tus ojos.
Te vi ayer en el norte;
Vi en el norte lo mismo, el mismo
Y primario dolor sobre los cuerpos,
El aguardiente galopando a sorbos
Y lo demás lo mismo: el mismo
Brazo sudando a contraluz sangrienta,
El mayoral que brama entre los árboles,
Los mismos ojos sin calor, la misma
Temblorosa epilepsia del sudor,
Los mismos exprimidos,
¡Los mismos coronados!
Esta noche, en el sur,
Me he mirado en tus ojos.
Soy como tú,
La misma turbulencia contra el mismo espejismo,
Idéntico remando bajo la misma noche.
Conservo el sortilegio
De estas zonas arbóreas que me cercan;
Tengo la risa ronca
Y estas anchas tristezas.
De piel morena, oscura,
Pisando en el calor exasperado.