Poemas recomendados de Bolivia

“La poesía boliviana es un viaje profundo por los paisajes del alma y la geografía andina. Nacida entre montañas, valles y selvas, lleva en sus versos la memoria de culturas ancestrales, la fuerza de la resistencia y la ternura de lo cotidiano. Desde la voz de los pueblos originarios hasta las exploraciones contemporáneas, la poesía de Bolivia canta en múltiples lenguas, ritmos y visiones, tejiendo un universo único donde lo mítico y lo íntimo conviven. Leerla es abrir una puerta a una sensibilidad rica, diversa y profundamente humana.”
Javier del Granado
“El lago”
Sobre el terso cristal de malaquita
que aprisiona el soberbio panorama,
el carcaj de la aurora se derrama
y el bridón de los Andes se encabrita.
Su ala de nieve la leyenda agita,
muerde las islas una roja llama,
y de la ola el sonoro pentagrama
el hachazo del viento decapita.
Sofrena el sol su cuadriga en el Lago,
salpicando de lumbre los neveros,
y en el lomo de fuego del endriago.
Emergen de la bruma del pasado,
la sombra de los Incas y guerreros,
bajo el palio de un cielo constelado.
Blanca Wiethüchter
“Evocación”
Al atardecer, en esta ciudad
-en el café de la universidad-,
estábamos los dos, los tres, los cinco…
húmedo de luz,
y detenidos en la corriente
de una respuesta instantánea.
Y éramos cálidos
En la intimidad del humo,
Ciegos en la noche intocada,
Para descubrir un día
El esplendor y la desdicha
De un paisaje ávido,
Que entraba por la ventana.
Llegó un nombre
Llegó un canto y ardió el hombre
Para entregarnos
El latido de una fiera obstinación.
Abel Alarcón
“La abadesa”
Por el jardín paseaba la Abadesa
Leyendo una oración de su breviario
Sus ojos eran de un azul turquesa,
Su tez como el marfil de su rosario.
Así cruzaba la divina obsesa,
Defendida de un mal imaginario,
Por aquel corazón que su pureza
Bordara en su bendito escapulario.
Junto a la hoja sagrada que leía,
Tierna recordación, simbolizada
En una seca flor la entristecía.
Cesó su labio de moverse en rezo,
Su pena se vertió cristalizada,
Y en la cruz y en la flor puso su beso.
Cé Mendizábal
“Pacífico”
Clavaron un pie en lo hondo
y no se irán.
Han aceptado labrarse en bosques
y ciudades de imágenes perdidas
pero no se irán.
Estas piedras que miran de frente al mar,
que lo oyen más allá de la paciencia
convocando su feroz látigo con ciega convicción,
han aceptado ser escritas, pero no se marcharán.
El océano,
que habla con una sola ronca voz
desde los bordes imaginados de cierta Indochina
hasta esta resquebrajada costa,
sabe de este propósito,
de este vivir con continencia en uno mismo.
Su salado abrazo,
el vaivén que empuja el curso de un perpetuo drama,
ha oído de ese intento
que busca desbaratar con terco ademán.
He aquí los nombres sin olvido posible.
He aquí
sucediéndose en el extendido labio de la playa
con el coro aglutinado
de arrecifes que siguen de cerca,
en el oído de tu memoria.
Pero acaso estés harta de oír siempre lo mismo.
La misma historia insepulta
a cuyo nuevo destino no se sabe
ni se quiere arremeter.
Cada piedra de este sordo límite,
que conoces imborrablemente,
ha aceptado escribirse con un solo ánimo.
Cada línea habla con el desdén de quien ha presenciado
los detalles de tu guerra civil.
Dolor es sólo una de sus opiniones.
Pacífico uno solo de sus nombres.
Blanca Wiethüchter
“El reposo”
Entro en mi casa
y me alojo en su centro
esperando la temperatura
que enmudece los ruidos inútiles.
En un andar del silencio
comienza el mundo
en un olor a fuego
en una hoja
en un cambio de sábanas
en una gana de hacer cosas
no siempre precisas.
Ya no soy la misma
y mis pasos en la voz
resuenan más oscuros.
Otro es el sol que arde
en los crepúsculos que contemplo
viajera inmóvil
pienso
sólo quiero cuidar de lo vivo
y tener luz
para él
y mis niñas.